A quien corresponda

Pese a que últimamente las palabras han perdido valor para muchas personas, escribo esta carta con la intención de que algún curioso la lea y le sirva de indudable advertencia para que regrese de donde haya llegado. 

Pues ésta biblioteca, vieja como un sabio, creará horror en tu mente. Está repleta de objetos que a media luz, juegan con aparentar cosas que no son. Y cuando tus pensamientos comiencen a volar de la mano de tus temores, en medio de ese silencio que resguarda sus secretos, perderás la razón.

Realmente no estoy exagerando. Si ahora atravesaras los pasillos con alfombras viejas, rodeados de paredes desteñidas y estantes que crujen repletos de libros, entenderías la razón de la escasa armonía en mi relato. Y aun así, sé que no soy capaz de hacerte entender. Ni yo mismo logro comprenderlo. Júzgame loco o no, no me importa.

Intenté gritar, pero mi garganta se cerró. Ni siquiera pude sentir mi cuerpo.

Ninguna persona estaba adentro, eso puedo asegurarlo. Porque si alguien hubiera entrado, el estrepitoso regocijo de las puertas lo habría delatado.

- ¿alguien había entrado sin darme cuenta? – Me pregunté, en un evidente intento por calmar el sudor de mis manos. Provocado por esa, una sombra espesa al fondo entre los pasillos, la cual me perturbó apenas la vi, y debo admitir que las piernas me temblaron también.

Pronto, aquella cosa alargada, en medio de la penumbra, se olvidó de su quietud, antes de que pudiera reaccionar, soltó un alarido ensordecedor que me paralizó y se abalanzó sobre mí rápidamente, con una fuerza tan exorbitante que, al caer sentí mi cuerpo en fragmentos.

Crujió el piso.

Intenté arrastrarme como mi último recurso, maldiciendo mil veces y arañando la madera. Mi vista se puso turbia, todo alrededor daba vueltas. Parpadeaba mucho, demasiado, como si no creyera lo que estaba pasándome; y cada  vez que lo hacía, entre la oscuridad al cerrarlos, estaba ahí, en la escena brusca de aquello deslizándose hacia mí, pasando como un relámpago que atiborraba mi mente una y otra y otra vez de ese ser que luego comenzó a asfixiarme, sacando de mi garganta una masa negra, viscosa y pútrida; la cual empuñaba y luego se tragaba.

No hice nada, se lo tragó todo. No sé qué pasará conmigo ahora. Apenas puedo creer que estoy escribiendo con la misma tranquilidad con la que tú me lees. Pero si has llegado hasta aquí, supongo que ya es demasiado tarde para que te vayas. ¿Qué harás cuando las sombras se muevan? Realmente espero que estés bien.                                                                                         

    Con cariño, Eder.

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