El intruso
Ser Humano
No elegí cómo nacer, tampoco a
mis padres, ni mi cuerpo. Nunca tuve muchas posibilidades, quiero elegir por
primera vez. — Le dijo Dan a su mujer, antes de partir en la camilla. Su cabeza
había sido cortada y posteriormente congelada a quince grados bajo cero, el
cuerpo del donante con muerte cerebral permanecía congelado también, y tal como
si se tratase de un juego dentro de un quirófano, con setenta especialistas
trabajando por más de treinta horas, pegaron uno al otro con la esperanza de
que Dan, desde luego el dueño de la cabeza, despertara. —¿En dónde está el yo?
— le había preguntado Dan a su esposa, en una de sus rutinarias pláticas en la
cama, días antes de la operación. — En tu cabeza. — Le respondió frívola. —¿Te
quedarás a mi lado? — apenas pudo articular las palabras, a Dan le pesaban los
labios. —¿Regresarás? — le preguntó su mujer condicionandolo, quien había
desaprobado la decisión desde el primer momento en que le pasó por la mente. Y
al no poder contestar su pregunta, quedarse mudo y dejar todo eso por la paz,
hizo que Dan no fuese capaz de sacárselo después de la cabeza, mucho menos al
ser trasladado acostado en una camilla desde la cual miraba los techos altos
del hospital. En esa perspectiva, la situación lo hacía sentir mucho más pequeño
de lo que estaba acostumbrado a ser por su propia condición. «No estoy enfermo»
decía para sí. «Podría haber llegado al quirófano caminando, si así lo
quisiera. Todo este alboroto no es necesario. ¡¡Oh, qué acabo de hacer!! ¿Qué
hice? ¡Quiero regresar, regrésenme!». Pensaba Dan, cada vez dirigiendo con
mayor inquietud la mirada hacia todos lados, pues la indecisión se le volvía
pánico, hasta casi ponerlo a llorar. Probablemente no había imaginado que su fe
pudo haber sido demasiado ciega, como para aceptar a un desconocido que
aseveraba darle un cuerpo nuevo. «¿Sería la última vez que vería a Amanda?»
Volvió a preguntarse Dan. «Debí besarla antes de irme». Entonces recordó, lo
hacía por ella, quería ser el hombre que merecía, no un inválido que lloraba
del dolor ¿O lo hacía por él?, después de todo, ella había aceptado casarse y
pasar el resto de sus días a su lado antes de que la oportunidad se le
presentase. «¡Soy un egoísta, un maldito egoísta, la deje ahí, sola!». Se
lamentaba en su mente. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Y aquellos
pensamientos lo atormentarían el resto del trayecto sin descanso hasta perder
el conocimiento.
Dedo índice
Luego de la operación, que desde
el momento de ser planteada fue recibida con escepticismo y miedo por parte de
la comunidad, le siguieron tortuosos meses que, para muchos, no significaron
nada más allá que una excusa para prolongar el día en que se le juzgaría por
asesino al señor Caraveo, también apodado ya como el nuevo Frankenstein, de no
resultar su aventurada propuesta. En la que después de un año y algunos meses
Dan despertaría, tal como Caraveo previó. — Lo primero que me alertó fue el
movimiento involuntario de uno de los dedos de su mano, el índice derecho para
ser exacto y seguido de él, los otros cuatro tuvieron pequeños espasmos que
dieron inicio a que Dan despertara. —Dijo Caraveo al conductor del noticiero en
el canal uno, quien no se creía una sola de sus palabras y miraba con
estupefacción a Dan, que encajaba perfecto en aquel cuerpo. — No le hagas realizar
demasiado esfuerzo— interrumpió Caraveo con el tono de voz más paternal que
pudo y una sonrisa, en un intento de atraer la atención nuevamente hacia él,
como si supiera cuan intrigado se encontraba por Dan.— Él estará en silla de
ruedas varios meses. Pero lo principal ya está hecho, la cabeza no rechazó el
cuerpo, ni viceversa. — A lo que Dan asintió sonriendo, e incluso pareció mover
su mano con algo de esfuerzo a modo de saludo hacia las cámaras, las cuales
capturaron aquel momento que posteriormente, pasaría por todos los medios
alrededor del mundo durante varias semanas. De este modo la noticia se esparció
con sorprendente, pero entendible velocidad, y desde luego, fue Caraveo quien
acaparó cámaras, pantallas de prensa y sobre todo aceptó con especial gusto los
comentarios de aquellos quienes profetizaban lo peor de su experimento, que sin
importar nada, la verdad era que intrigaba a cualquiera.
El horario de baño
Durante la rehabilitación, Dan
notó que en todas las ocasiones su cuerpo no respondía de la manera en que él
estaba acostumbrado. Pues por más que se esforzase, parecía que aquel antiguo
dueño del cuerpo, con sus costumbres y todo, se le hubiese impregnado en el
alma. Tal y como se escuchaba en algunos rumores, que aquel cuerpo le obligaría
a acostumbrarse a él mismo, sería más allá de una rehabilitación, una terapia
de pareja donde uno tiene que lidiar con el gusto del otro y los horarios de
baño de cada cual. El tiempo de cualquier manera pasó, restaban ya solamente
noventa días para que Dan pudiera dejar la silla de ruedas y los contaba con
ansias en el calendario. Su mano izquierda podía moverse casi por completo y la
derecha todavía mejor, con la que de hecho empujaba un poco su propia silla, al
ya no estar Amanda con él. Por otro lado, las piernas comenzaban también a
sentir algunos cosquilleos, y los terribles dolores del cuello se habían hecho
tolerables con poco menos de la mitad del medicamento. Su vida parecía cobrar
normalidad nuevamente y los horarios de baño de cada cual le parecían cada vez
más normales, a veces. Perplejo frente al espejo, empuñando la navaja para
rasurar, fue como Dan permaneció durante varios minutos. De repente algo en él
le parecía distinto y mientras observaba, la mano sostenía todavía más fuerte
la navaja, más de lo que debía. Un pellizco entonces le avisó que se había
lastimado, ayudándolo a su vez a relajarse y soltar la navaja casi por inercia.
Sin embargo, el enojo comenzó a albergarlo apenas esta cayó al suelo. Entonces,
Dan golpeó el espejo para intentar herirse la mano que solo comenzó a
sangrarle. Regresó el brazo para mirar el daño y, por el contrario, su vista
periférica se concentraba en la cajita de navajas. Dan lo notó y cerró fuerte
los ojos para intentar ignorarlo, pero la mano derecha que ahora le temblaba,
ya se acercaba primero con cuidado a la cajita y después a su rostro
sosteniendo el contenido. — no no no no no….n…— susurró entre sollozos. Comenzó
rasurando muy brusco en la piel áspera de la barbilla hasta llegar a la mitad
de esta, pero antes de decidir bajar más hacia el cuello tembloroso y húmedo
por el sudor, regresó la navaja a su sitio con poco éxito, pues volvió a
tomarla cuanto antes, esta vez con mayor fuerza, dejando salir tras su boca un
grito ahogado. La mano pretendía seguir por donde se había quedado, pero esta
se detuvo nuevamente de un golpe, Dan lo hacía con todas sus fuerzas arrugando
la nariz y apretando los dientes, pues una lucha interna se apoderaba de él.
Casi lo lograba, pero la mano le
pasó la navaja por la cara de todas formas cuando Dan se creyó vencedor por un
segundo, él intentó mover la otra para detenerse, zarandeo la cabeza, pero no
pudo contenerla más. Dan gritaba, escupía e intentaba patalear con el resto de
su cuerpo inerte en la silla hasta que una le dio al fin en el cuello, fina,
ligera. Soltó esta apenas sintió el metal frio en la yugular, que trajo consigo
después una incesante sensación de ardor. Dan regresó entonces la mirada al
espejo donde se encontró tan solo la mitad de su rostro con trozos mallugados
de piel colgándole de la cara reflejados en los múltiples fragmentos nuevos que
antes le había conseguido hacer al espejo, todos repletos de su propia sangre
que salía a borbotones y la cual trataba de detener alcanzándose el cuello, al
tanto que la otra seguía violenta, chocando contra las paredes, el lavabo y
bailando, deslizándose por ellos, apenas unos segundos antes de que Dan
perdiese la consciencia. Para entonces ya todo estaba demasiado borroso, a tal
grado, que ni si quiera era capaz de reconocerse a él mismo, y fue en aquel
punto, cuando una sonrisita, casi sin querer se le salió a Dan, al mismo tiempo
que la mano, esa que apenas y pensaba, se movía por última vez al ritmo de una
canción, tal vez de gozo, podría haber sido everybody’s changing, ¿o era otra?,
Dan no tenía una puta idea, nunca la tuvo.