¡Qué bien vivo!

El tiempo, en efecto, ha sido algo que nunca hemos podido controlar. No obstante, sí que hemos adoptado diferentes formas de adaptarnos a él y a su paso. Si el día de repente no parece tan soleado, el agobio de una muerte nos envuelve o quizá una infancia truncada de violencia finalmente nos provoca, entonces sabes que es el momento indicado para acudir a Vienvivo. Al principio no se sabía mucho acerca de los beneficios o el proceso, únicamente se escuchaba como un lujo para los más ricos o famosos. Quienes de aquella extraña transformación que Vienvivo les ofrecía, no les quedaba más que decir que se trataba como de un renacimiento. Allí primero te hacen llenar un largo formulario con el propósito más que cualquier otra cosa, de dar tiempo al arrepentimiento de la persona, pues solo puedes contratar el servicio una vez. No obstante, cómo sea que lo percibiera la gente, eso no cambiaba el hecho de que Vienvivo fuera una empresa dedicada al homicidio. Asesinaba a lo que en aquel entonces éramos como personas solo por un capricho nuestro, aunque también era nuestro el dinero, pagábamos por el servicio y al cliente se le tenía que retribuir el costo.

Tan necesario y viral se hizo después, que con los años se convirtió en nuestro derecho. Así nació el derecho al vienvivir. Derecho a rejuvenecer, de salir de una cápsula con la mitad menos de los años tenidos al momento de entrar. Derecho a marcharse como si nada y decir con júbilo: «¡qué bien vivo!». Cosa que a veces resultaba un poco irónica, ya que desde entonces el mundo se volvió uno más vacío, sin aspiraciones, metas o alguien esforzándose por cualquier cosa, al siempre haber un poco de tiempo extra que nos diera un colchoncito para aplazar todavía más las cosas. Y responsabilidad junto a la palabra familia, con todo lo que conlleva tener un abuelo o una madre, fueron conceptos que eventualmente olvidamos también. Aunque para ser honesto, a nadie le importaba, mientras saliera radiante de una segunda cápsula con la mitad de los años con los que entró a la primera, donde quedaba tu antiguo cuerpo descansando, sin memoria ni recuerdos, pues todos eran transferidos al nuevo tú por ordenador. Muchos ni si quiera miraban atrás. Ese ya era el problema de Vienvivo; quienes una vez completado el proceso, ejecutaban a la persona. Sin embargo, a veces no les salía del todo bien. En mi caso, nada fue lo que creí que había encontrado en aquel apretado lugar, de no ser por la incandescente luz que revelaba el contorno de aquella cápsula, de la cual abrí la tapa con fuerza, pues yo era un hombre mayor entonces. Y al salir, la inquietud me inundó el rostro de lágrimas, la incertidumbre me puso a patalear y el desconcierto ante unos hombres desconocidos me dieron ganas de defecar. Más allá de la cápsula que parpadeaba en color rojo y un nombre, sabiendo bien que mucho olvidaba, no era capaz de recordar, y aquella impotencia me dejó con un hueco enorme en el corazón. Sin duda, el inicio no fue muy bueno, pero al final terminé quedándome allí, dando tres veces cada hora rondines por las cápsulas para verificar que las máquinas operaran correctamente o que, como en mi caso, ningún botón estuviese en rojo por error. Se trataba de un trabajo sencillo que daba para cubrir las necesidades básicas y conseguir mi expediente luego de varios intentos. Entrados los cuarenta años, decía el papel en mis manos, el paciente decidió acudir a Vienvivo, por considerar su edad el momento indicado para llevar una mejor vida, con conocimientos suficientes y estabilidad económica, razón con la cual justificaba el servicio y el dejarme a mí en la otra cápsula. Firmaba debajo del mismo y en los siguientes papeles fue donde conseguí entonces lo que me llevaría a encontrarme con él, o conmigo mismo, lo que fuera, al final iba a tomar la vida que me correspondía. Y lo lamento por mí y la mancha en la alfombra carísima que dejé. Son cosas que pueden pasar de repente a las que uno se arriesga y de las que Vienvivo se desentiende en su contrato con letras chiquitas. Y la verdad después de todo, ahora que cuento esta historia sentado en este sofá y rodeado de tantas comodidades, puedo decir al fin, ¡qué bien vivo!

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